Texto por Daniel Zaíd @perdidoenbici
Fotos por Karla Robles @karlatrobles y Daniel Zaíd
Nota: Esta historia ha sido previamente publicada en inglés en The Radavist
El año pasado Karla y yo fuimos a Tijuana a visitar a mi hermana. Usamos nuestras mochilas Fabio’s Chest como maletas en el avión porque aunque no llevábamos nuestras bicis, teníamos planeado pedir unas prestadas para movernos en la ciudad y, de ser posible, hacer una acampadita, así que también nos llevamos nuestras bolsas de dormir y nuestras herramientas. Con la Baja Divide pasando tan cerca de Tijuana nos cruzó la mente la idea de subirnos a un tramo de esa ruta, pero nos decidimos por algo que requiriera menos logística y que pudiera ser iniciado y terminado desde la casa de mi hermana.
Un día visitamos a Irlanda, que es nuestra amiga y fabricante de mochilas para bici bajo el nombre de Movigo, y ofreció prestarnos las dos bicicletas plegables que tiene y que son su medio de transporte. Después de probarlas alrededor de la cuadra y asegurarnos de que nuestras Fabio’s Chest quedaban en los manubrios tan angostos, le preguntamos si podíamos llevárnoslas a un viajecito de una noche, haciéndole saber que lo más probable es que incluyéramos terracería en nuestra ruta.
Inmediatamente nos dijo que sí y confesó que lleva tiempo pensando hacer su primer viaje en bici en una de estas, pero que la gente generalmente tiene comentarios desalentadores respecto a las capacidades de una bici plegable rodado 20 para una misión como la Carretera Transpeninsular en la península de Baja California, así que le interesaba saber cómo les iba con nosotrxs. Le dije que no estábamos haciendo nada nuevo ya que mucha gente ha viajado alrededor del mundo en bicicletas plegables, pero le prometí contarle nuestra experiencia.
Una de las bicis estaba en un taller para un servicio así que fuimos a recogerla y aprovechamos para hablar con JC, el mecánico y dueño de JC Bikes. El Tío JC, como le llaman sus amigos, es un ciclista amante de las bicis de acero, y con frecuencia asiste a biciviajeros que pasan por la ciudad. En su casa conocimos a un ciclista de Polonia que estaba por empezar su viaje a través de la península y aprovechó para ponerse la vacuna contra el Covid.
Una vez con las dos bicicletas en nuestro poder, una pareja local nos contó sobre un cañón no muy lejos al sur de Tijuana que es atravesado por un camino de terracería y donde hay varias opciones para acampar, lo cual sonó como lo que estábamos buscando así que preparamos las plegables para salir la mañana siguiente.
Empezamos tomando la traficada carretera que va al sur de Tijuana y que afortunadamente tenía un acotamiento amplio; un largo ascenso nos sacó de la ciudad, y al llegar a la cima Karla desapareció descendiendo con rapidez mientras que yo me tomé mi tiempo porque los manubrios angostos no me inspiraban mucha confianza. La ciudad de Rosarito apareció como el siempre activo centro turístico pero nos lo saltamos porque ya teníamos ganas de salir de este camino tan ruidoso. Unos kilómetros después un monumento gigante de Cristo vigilando la carretera nos indicó que esa era nuestra salida, y muy pronto nuestras pequeñas llantitas estaban haciendo crujir la tierra.
Aquí es cuando sentimos la mayor diferencia respecto a nuestras bicis viajeras, de rodado más grande y llanta más ancha: las piedras se sentían más grandes y los hoyos más profundos, pero la tierra compacta hizo que el paseo fuera muy agradable; aproximadamente una hora después nos topamos con un cerco que marcaba el final del camino, y con ello el final de la diversión.
Dimos vuelta en u y nos fuimos al Rancho El Cascabel, donde preguntamos por un lugar para acampar y nos ofrecieron una pequeña cabaña en la que comimos tostadas de frijoles para cenar y luego nos metimos a nuestras bolsas de dormir.
A la mañana siguiente nos terminamos los frijoles que nos habían quedado de la noche anterior y nos dirigimos hacia la carretera por la que vinimos, tomándonos nuestro tiempo para disfrutar la tierra porque sabíamos que pronto saldríamos de la paz y el silencio del cañón para volver al tráfico y el ruido.
La gente nos hacía preguntas sobre las bicis en todos los lugares donde nos deteníamos, la mayoría quería saber si son ligeras, pero la bici no era más liviana que mi bici para viaje hecha de acero supongo que por ser una barra sólida de aluminio en vez de tubos huecos. Un señor en una tienda nos dijo que Karla se veía bien en su bici pero que yo necesitaba conseguirme algo de mi talla.
Una vez de vuelta en Rosarito nos fuimos a decirle hola al Océano Pacífico, al cual no habíamos visto desde nuestro viaje por la Baja Divide en 2019. Nos sentamos en la arena aunque no había nada para esconderse del sol y sentíamos que nuestra piel empezaba a arder; aunque todavía teníamos una larga subida por delante, decidimos enfocarnos en ese breve momento en el que sentimos que todo estaba bien.
Nota para Irlanda: sí se puede, ¡hazlo!
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Que bella historia gracias por compartir
¡Muchas gracias por tu tiempo!